
El Hijo
Soñé con la montaña sagrada de mi continente enorme. Ella, mestiza, se yergue interrumpiendo la infinita planicie y el avance del viento. Ella es como una mimosa elegante y de cabellera blanca. Es la anciana divina que cuida de nosotros.
Soy el hijo borracho del sacerdote lascivo
No se de qué metempsicosis está hecho este destino que miro a través de un túnel rodeado de miseria,
de caras de espanto que repiten en el espejo
el recorrido febril, el camino de botellas quebradas
que han servido para satisfacer, una vez más, esta necesidad de delirio
soy el hijo lascivodel sacerdote borracho
de aquellos que se complacen en eludir el fin
sin meterse en las casas que una línea recta
(y su eficiencia de camino)
Sugiere invadir para completar la aventura.
Aunque allí, en las casas en las que ese destino ha varado, no halla más que desconsuelo
y a veces tierra y polvo del que crece un musgo verde
que ilumina el cuarto en el que están puestas todas las cosas:
Soy el hijo lascivo del sacerdote caído
Una mesa. Mi amada.
Una cama. Mi amada.
Una fruta. Mi amada.
La Alegría. Mi amada. Mi amada que ante el infinito, negro yodioso, se inclina para proferir mi nombre y decirme: Yo sé que estás puesto más allá, donde no te veo, también sé que más allá estarás sólo. Aprovéchame. Tómame mientras quede tiempo.
No sé de qué metempsicosis está hecho este sueño
pero sé que estoy hablando por muchos.
Soy el hijo caído del sacerdote lascivo